viernes, 1 de febrero de 2008
¿DONDE ESTAN LOS PROGRES?
Hernán Larraín M.
Que Pasa
1-2-08
"La política es para nosotros la única herramienta de cambio social". La frase es de Michelle Bachelet, y fue lanzada en septiembre pasado, en el encuentro anual del progresismo, celebrado en Chile. Agregó: "Nuestra prioridad son los derechos de la gente, no la exaltación del mercado; los grandes temas a resolver se discutirán en el seno del Estado". Qué duda cabe, una visión muy gráfica de su mandato. Los derechos por sobre las responsabilidades y el Estado por sobre las personas.
De gobiernos ciudadanos, participación y empoderamiento, más bien nada. Todo eso se ha ido desvaneciendo frente a la dura realidad. Lo que el primer tiempo de la presidenta nos dejó claro es la ausencia de un proyecto, el protagonismo del statu quo y el continuismo, la falta de voluntad para liderar transformaciones y la conservación de los equilibrios políticos (es cosa de ver el último cambio de gabinete). Todo esto, muy a pesar del progresismo de la presidenta.
Sin embargo, este inmovilismo no se limita al gobierno de Bachelet: está incrustado hoy en lo más profundo de la actual Concertación. Desde su nacimiento y desarrollo durante los 90, esta coalición se caracterizó por un sólido equilibrio entre sus definiciones ético intelectuales y sus acciones estratégico electorales. Con el tiempo, la naturaleza del proyecto vivió su primera gran fisura. Autoflagelantes y autocomplacientes representaron dos lecturas frente al proyecto político concertacionista y los resultados sociales que éste generaba. Eran tiempos donde sus intelectuales y principales figuras políticas debatieron con pasión, se criticaron mutuamente y se reprocharon los éxitos y fracasos. Pero algo los unía indisolublemente: un espíritu comprometido con los ideales, principios y resultados del proyecto que llevaban adelante. El cambio social era para ellos fundamental.
Hoy, un frágil discurso de protección social no parece suficiente para cohesionar a un equipo de políticos tradicionales -cuya motivación central es mantener cuotas de poder- y a un grupo de intelectuales que olvidó su misión reflexiva. Todos sobreviven del generoso capital de la Concertación. Mientras la desconfianza ciudadana crece frente a quienes gobiernan, el equipo del segundo tiempo afina sus estrategias para conservar La Moneda. A todo evento.
Los días de la Concertación transformadora son un recuerdo. Los tiempos progresistas quedaron en el olvido, dejando a esta simbólica visión en tierra de nadie y abriéndole a la Alianza una oportunidad excepcional: tomarse la bandera.
Corazón del progresismo
Tradicionalmente el concepto progresismo ha sido parte del patrimonio intelectual de la izquierda. Como escribiera algunos meses atrás Anthony Giddens, "una persona de izquierdas cree en el progresismo -que podemos influir en la historia para mejorarla-; la solidaridad -una sociedad en la que nadie se queda fuera-; la igualdad -reducir las desigualdades es beneficioso para toda la sociedad-; la necesidad de proteger a los más vulnerables; y la idea de que para lograr esos objetivos son necesarios el Estado y otras instituciones públicas".
Así, en el corazón de esta visión radica una profunda voluntad por transformar la realidad, un compromiso total con la justicia social, una enemistad declarada con los privilegios heredados y una gran confianza en el Estado como el medio para lograr todo lo anterior. El progresismo es, por sobre todo, una inconformidad que moviliza enérgicamente el cambio social.
Es evidente que la izquierda chilena actual, en la práctica, dista radicalmente de estos ideales. Se limita a administrar el poder sin sueños. Tanto, que es posible afirmar que el progresismo en Chile hoy está huérfano. Esta realidad implica un desafío intelectual a toda la clase política, pero representa además una ocasión única a la centroderecha para abrir la cancha y hacerse del progresismo.
Esto implica la creación de una nueva Alianza con una real voluntad por cambiar. Involucra una capacidad para reinventarse y renovarse, rechazando su tradicional actitud reactiva, renunciando a sus históricos vínculos corporativos y poniendo al centro de su proyecto a las personas, sin distinción de origen y condición social.
Esta posibilidad no es sólo retórica. La clave la da un notable paper recientemente publicado en Gran Bretaña titulado Who´s progresive now? (¿Quién es progresista ahora?), escrito por los diputados conservadores Greg Clark y Jeremy Hunt. Los parlamentarios argumentan que el Nuevo Laborismo de Blair se apropió, a fines de los 90, exitosamente del concepto. Sin embargo, la realidad hoy demuestra que este espíritu está más cercano al renovado Partido Conservador que a los viejos laboristas de Gordon Brown.
David Cameron, afirman, tuvo la capacidad de transformar a su partido, poniendo al centro de su proyecto las seis claves del progresismo moderno: creencia en el progreso, respeto por la diversidad, antipatía por las jerarquías sin mérito, una preocupación activa con los menos afortunados, ciertos valores más allá del materialismo y un sentido de responsabilidad por el futuro.
Así, desde la innovación política y la convicción de que es la sociedad el motor del cambio y no el Estado, los nuevos conservadores trabajan estratégicamente para hacerse del progresismo. Como el propio líder tory plantea, "el progreso social no es sólo una cuestión de control estatal y acción del gobierno". En la práctica, depende de "la responsabilidad social -las actitudes, las decisiones y las acciones diarias de cada individuo y cada organización social-". Aquí radica una lección ejemplar para el futuro proyecto de la centroderecha chilena.
Ahora bien, si por progresismo entendemos la histórica pretensión de la izquierda por modificar la realidad a través de ingenierías sociales, planificándola como en un laboratorio y pretendiendo modelar la sociedad con unos pocos cerebros iluminados, el espíritu del progresismo moderno se convierte en una anacrónica contradicción. En cambio, la realidad puede ser muy diferente si por progresismo asumimos una voluntad decidida por mejorar la sociedad compartiendo las responsabilidades entre todos los actores sociales, confiando en la libertad de las personas, corrigiendo activamente las injusticias, profundizando mercados competitivos, revitalizando la actividad política, potenciando a la sociedad civil y creando una sociedad de oportunidades.
¿Es necesario un big bang político para que algo así pueda ocurrir? Es probable y el futuro está abierto. Con todo, dos paradojas emergen frente a esta realidad. Por un lado, comprender que este nuevo progresismo pareciera ser el resultado de la fusión de los ideales tradicionales de la centroizquierda perseguidos con los métodos de la centroderecha. Y, por el otro, asumir que los viejos progresistas se han transformado hoy en los nuevos conservadores, dejando abierta la puerta para aquellos con el coraje suficiente para liderar reales transformaciones.
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5 comentarios:
Estimado,
Soy arturo schwencke, por un breve tiempo estudiante de la universidad Adolfo Ibañez, y al repasar tu reciente articulo en la revista Que Pasa, detecte algunos puntos bastante interesantes en relación al progresismo que coinciden con mis investigaciones para mi nuev libro.
Es por esto que me preguntaba si existe posibilidad de una entrevista en torno al tema que posiblmente podria aclararme algunos aspectos claves que ansio comprender.
Agradeciendo de antemano tu disposición,
Arturo. Schwencke
Pdte ejecutivo Corp Desarrollo Joven
Acabo de darme cuenta que no deje modo de contacto, asi que agrego mi e-mail:
revistapd@gmail.com
gracias,
Arturo. schwencke
El progresismo trató, luego del retorno a la democracia, mantener un equilibrio entre democracia y mercado.
Ese supuesto equilibrio ha ido dando paso a una absorción del término democracia, y por lo tanto, a una ampliación del concepto de mercado libre, como única forma y modelo de sociedad.
La aceptación de ésto ha desvirtuado el hecho y el significado que implica ser de izquierda, pues no exige un discurso radical, crítico frente al sistema.
Esto, ha generado la supremacía de la ética de resultados por sobre la ética de principios, y por lo tanto, la supremacía del mercadeo en los asuntos públicos, que se posiciona como el espacio de las disputas políticas, desde donde se deciden todas los demás asuntos sociales.
Se produce una “ideología” apolítica, una política de despolitización, como lo expresará claramente Bourdieu.
Así, la mejor forma de administración del Estado y hacer política, dentro del régimen de la economía desrregulada, se basa en no hacer mayores miramientos a las falencias estructurales y desigualdades distributivas del sistema imperante.
Saludos Desde el Movimiento Argenlibre
a su Disposición
Un Abrazo Republicano
Hola Hernán:
Soy Juan Cristóbal Villalobos, periodista que te entrevistó hace algunos meses en UK para un artículo en Revista Cosas sobre estudiantes chilenos. Ahora estoy escribiendo para la revista Poder, una revista que sale en marzo sobre política y negocios. Estamos haciendo un perfil sobre ti e Ignacio Rivadeneira de RN. Me gustaria poder entrevistarte por teléfono y conversar sobre tus estudios en UK, tu trabajo en España, tu blog y como ves tu futuro político. Por favor contáctame a mi email: juancristobalv@gmail.com
Saludos y gracias,
Juan Cristóbal Villalobos
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