viernes, 27 de abril de 2007
Gallagher: el fin de la gobernabilidad concertacionista
La oportunidad de la derecha
David Gallagher
Viernes 27 de abril de 2007
El Mercurio
En su cuarto gobierno, la Concertación ha demostrado que ya no es válido su argumento más potente para mantenerse en el poder: el de darle gobernabilidad al país. La coalición está dividida. Entre sus filas hay políticos en franca oposición al Gobierno. Muchos DC parecen buscar pretextos para salirse de la Concertación, si bien no está claro adónde irían, dado que su afán de corregir el modelo los coloca a la izquierda del espectro político. La Concertación ya no entusiasma a la ciudadanía, porque ya no tiene ideales y sueños: de allí que se multipliquen las protestas callejeras y, en general, la "acción directa". El Transantiago y EFE demuestran que a la Concertación le queda poca capacidad de gestión. Hay corrupción. El modelo económico, que la Concertación ha administrado bien desde 1990, parece despertar en ella cada vez más recelo. Y ese recelo le hace daño al mismo modelo. Porque los funcionarios se sienten con permiso para entrabar las inversiones, y se mina la confianza, lo que desemboca en una tasa de crecimiento inadecuada.
A menos que la Concertación se revitalizara en forma casi milagrosa, su continuidad en el poder más allá de 2010 podría llevar al país a un grado de mediocridad de objetivos y de gestión francamente peligroso. La economía podría empezar a estancarse de verdad, creándose una fatal brecha entre la realidad y las expectativas. La frustrada ciudadanía podría, claro, optar en ese momento por la derecha, pero podría también optar por una versión nativa del chavismo. Por eso es tan irresponsable la esperanza que tienen algunos en la derecha, de que el Gobierno se vuelva más populista; de que, por ejemplo, caiga un Andrés Velasco, lo reemplace un ministro más suelto de trenzas, y se produzca un descalabro. Aun si eso ayudara a la derecha a llegar al poder, es una aspiración poco patriótica. La verdad es otra: el populismo en América Latina, lejos de abrirle el camino a la derecha, genera cada vez más voluntarismo populista, hasta degenerar en dictadura, como en Venezuela.
La verdadera preocupación de la derecha debería ser la de encontrar un camino propio que encante al país. Para eso necesita trabajar en dos áreas: la de la renovación de sus liderazgos, y la de la renovación de sus ideas. En el primer caso, urge democratizar los partidos, para que sus líderes se midan en elecciones y puedan surgir caras nuevas. En el segundo, la derecha tiene que mostrar que está bien en los rubros en que la Concertación está mal. Que está unida. Que tiene capacidad de gestión. Que poblará el Estado con la mejor gente, y no a través de cuoteos. Que, por tanto, Chile se irá liberando del despilfarro y de la corrupción. Pero, sobre todo, que tiene una coherente y ganadora visión de país. La derecha rara vez se ha atrevido a salir a defender las ideas liberales que en Chile son la fuente de nuestro éxito relativo. A defender la competencia como instrumento moral para contener la codicia; a defender la iniciativa privada y la toma de responsabilidad personal como la vía para realizarse como ser humano, y de allí poder ser solidario con eficacia; a defender la creación de riqueza, sea espiritual o material, como la forma en que el individuo le retribuye a Dios o al planeta por su propia creación. El pensamiento liberal es entendible para cualquier ser humano; apela a sus emociones más nobles. Por eso, cuando es comunicado con convicción, adquiere una tremenda fuerza electoral. Es algo que la izquierda chilena, fuera de una notable y valiosa minoría, no ha querido entender. Ésa es la gran oportunidad que tiene la derecha.
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1 comentario:
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