martes, 13 de noviembre de 2007

Longueira: Horas clave para la nueva derecha



Pablo Longueira
12/11/2007
Ciper, Centro de información e investigación Periodística

Los éxitos o fracasos de un determinado sector político dependerán básicamente de tres factores.

Primero, de su capacidad de plantear una propuesta sobre las estructuras imperantes en la sociedad que deban ser cambiadas para responder a las necesidades de las personas, las grandes mayorías. Segundo, contar con los líderes y equipos capaces de encarnar esas propuestas con credibilidad y eficacia. Por último, consolidar una estrategia y una coalición de partidos que le den sustento a ese referente político. Ninguno de ellos es más importante que el otro: el objetivo debe ser alcanzar los tres.


A la luz de lo anterior, hagamos un breve análisis de nuestra historia política de las últimas décadas. La más elemental de las visiones podrá concluir que los sectores de izquierda y de centro (Democracia Cristiana y Radicales) tuvieron éxito obteniendo una creciente adhesión popular porque fueron capaces de construir simultáneamente los tres factores antes señalados. En cambio, la derecha siempre tuvo alguno de ellos, pero careció de la simultaneidad que no sólo es vital para el éxito sino también para ser alternativa de gobierno.

No es del caso que en esta breve columna profundice sobre las presidencias radicales, Frei y la Democracia Cristiana o Allende y la Unidad Popular. El lector concluirá rápidamente que en todos aquellos periodos se dieron simultáneamente los tres requisitos antes mencionados.

En cambio, en la derecha se fueron dando en el tiempo uno o dos de estos factores y creo que nunca los tres en forma simultánea, salvo en la elección del ’99, donde Joaquín Lavín, aunque no alcanzó la presidencia, llegó incluso a ser incomparablemente más votado que Jorge Alessandri, el último presidente de derecha.

En 1983, al comenzar la apertura política en el Gobierno Militar, Jaime Guzmán decide convocar a una generación a formar un partido político de derecha que -según él- no existía en el escenario político nacional, menos en ese instante en que el país vivía una profunda crisis económica. Un partido de inspiración cristiana y popular que defendiera resueltamente la economía social de mercado. A lo anterior, agregaba un nuevo estilo de hacer política.

Fue así como emerge una expresión política que defiende resueltamente un modelo basado en una economía abierta al mundo, competitiva adentro y afuera del país, sustentada en la iniciativa creadora de las personas como principal elemento para promover el desarrollo económico y social, y donde el Estado juega un rol subsidiario.

La definición como partido de inspiración cristiana implicaba -sin ser un partido confesional- defender y postular los valores y principios de la civilización cristiana a la cual Chile pertenece y un sentido trascendente de la vida del hombre.

Por último, la dimensión popular nos enraizaba con los sectores más pobres y desvalidos del país, para compartir y conocer mejor la realidad de la pobreza con quienes la sufren y, desde ahí impulsar a esas personas a trabajar por la solución de sus propios problemas.

Ese es el origen más genuino de la UDI. Confluimos motivados por dos servidores públicos ejemplares: Miguel Kast y Jaime Guzmán. Innumerables artículos de destacados analistas de la plaza, mas los rivales naturales del movimiento, le pronosticaron el peor de los destinos una vez concluido el Gobierno Militar. El tiempo demostró exactamente lo contrario cuando nos convertimos en el partido más grande del país, desplazando a la DC.

Al retornar a la democracia hubo -como era de esperar- una consolidación de dos grandes bloques políticos. No está demás señalar que no sólo contribuyeron a un ejemplar tránsito a la democracia, sino que también le han dado una gran estabilidad al país. De las diecisiete expresiones partidistas que había en la Concertación, hoy quedan cuatro; y en la Alianza dos: RN y la UDI.

La UDI y Renovación Nacional -que recogió la expresión de la derecha tradicional del país, mas aquellos que no se sintieron interpretados por el gremialismo- han logrado una Alianza en el tiempo que, a pesar de sus dificultades para funcionar, ha institucionalizado dos partidos políticos que tienen una adhesión electoral algo superior al 40%, muy por encima de lo que obtenía este sector previo al Gobierno Militar. Para ser más precisos: más del doble. Mas aún, en las dos últimas elecciones presidenciales, a pesar de no alcanzar la mayoría absoluta, la elección prácticamente la decidieron sectores ajenos a los dos grandes bloques y con una intervención electoral pocas veces vista en periodos democráticos.

Antes de concluir este análisis deseo destacar que, a pesar de que la Alianza no ha logrado el gobierno y para muchos esto es una señal de derrota, yo tengo una visión radicalmente diferente. En efecto, siempre será un objetivo obvio y natural para un conglomerado político buscar el poder y acceder al gobierno. Ello requiere ahora, a diferencia del pasado, el 50% de los votos.

Sin embargo, no creo que exista una generación de derecha más influyente en implementar y conservar las ideas de libertad como ésta. Tan claro es este punto, que no pocas veces han definido a los Presidentes de la República de la Concertación como gobernantes de derecha, al compararlos del punto de vista histórico. Y esto es porque han continuado y profundizado un modelo que no es propio de las izquierdas latinoamericanas.

Al final, lo más relevante en política es que triunfen nuestras ideas. Hoy nos apremia trabajar por la alternancia para el 2009 porque tenemos la convicción de que ellos están gobernando mal.

Es evidente para cualquier analista medianamente objetivo que la elección presidencial está abierta para cualquiera de los dos grandes bloques. Una nueva derecha con vocación de mayoría, debe romper radicalmente con las estructuras propias de la derecha histórica. Avanzar resueltamente al centro, representando esa nueva clase media emergente fruto de nuestras propias ideas. Esa clase media que se aproxima con cierto temor a la globalización y la modernización. Debemos defender resueltamente al emprendedor.

Por eso, la gran pregunta es hoy: ¿A quién queremos representar en la nueva sociedad chilena? Si queremos avanzar hacia ese mundo para ser algún día gobierno -ya que son ellos los que deciden hoy una elección presidencial- hay que terminar con ciertos temas tabú en nuestro sector. Abusos laborales, redistribución del ingreso, concentración económica, defensa del medio ambiente, políticas culturales, entre muchos otros temas que hoy son preocupaciones importantes de una clase media fuertemente aspiracional del país, como también de ese espíritu emprendedor de los chilenos crecientemente asfixiados por una cada vez mayor burocracia estatal y malas prácticas de grandes empresas.

Después del último congreso doctrinario de la DC tenemos como nunca la posibilidad de representar y conquistar espacios del mundo popular y del centro político chileno que se perdieron en la década de los ‘60 a manos precisamente de la DC, por carecer la derecha de entonces de una visión social que le permitiera entender los cambios de aquella época. Es de esperar que esta vez no desaprovechemos la oportunidad.

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