miércoles, 28 de noviembre de 2007
Los 10 mandamientos de la videopolítica
Comunicación Electoral
Daniel Uraña
28/11/07
1) Amarás a Youtube sobre todas las cosas:
Es un canal gratuíto, se puede visualizar a cualquier hora y casi en cualquier lugar. Puede hundir a tu candidato o darle a conocer en todo el mundo.
2) No aburrir:
Todos los vídeos que superan los 59″, el espectador no los ve, le da pereza descargarlo. Un vídeo puede ilusionar, criticar, denunciar, movilizar, conmover…pero nunca aburrir. Para conseguirlo se aconseja utilizar el humor, algo que en España todavía cuesta emplear en politica.
3) Innovarás en los formatos:
Daniel Ureña confirma este “mandamiento” con una frase muy clara: “muerte al busto parlante”. “Hay que pensar diferente en política”. “La principal característica de la videopolítica es que no se parezca a la política”, así funcionará.
4) Usarás el lenguaje de tu público:
Para poder hacer llegar tu mensaje a tu público, hay que utilizar sus códigos si no el mensaje no resulta atractivo.
5) Mostrarás la faceta más humana de tu candidato:
“No hay que tener miedo a utilizar la faceta humana del candidato”. Para poder convencer a personas (nuestros votantes) utilicemos el lado más humano del candidato. Para llevar a cabo este “mandamiento” podemos utilizar vídeos o reportajes en prensa donde el candidato muestre su casa, familia o hobbies.
Continuamos con la descripción de los “diez mandamientos de la videopolítica”.
6) Un tema por vídeo: si metemos cinco temas por vídeo nuestro público no retendrá ninguno.
7)Utilizarás buena música: es clave para transmitir emociones, nunca utilizar la música del partido. Es preferible utilizar una música que conecte con tu público.
8) Facilitarás la comunicación viral: El poder del reenvío.
9) No olvidarás que el mensaje está dentro de la gente:
Conoce a tu público e identifica lo que ralmente les mueve.
10) Buscarás el altavoz de los medios de comunicación:
La videopolítica tiene un potenciador muy fuerte en los medios. “Si lo haces bien los medios sacarán tu vídeo” y multiplicarás tu impacto. ¿Qué tiene que reunir tu vídeo para que se fijen los medios? debe ser inusual, original, crear conflicto, ser cercano, impactante o de interés público.
lunes, 26 de noviembre de 2007
jueves, 22 de noviembre de 2007
Elecciones enredadas
Enrique Dans
Libertad digital
21/11/07
No cabe duda: las próximas presidenciales norteamericanas de noviembre de 2008 serán unas elecciones enormemente enredadas. Y no tanto porque los todavía diecisiete candidatos a la presidencia de los Estados Unidos (ocho demócratas, nueve republicanos) estén protagonizando algún tipo de enredo, que también, sino por el creciente papel que la red de redes, internet, está jugando en el desarrollo de las campañas.
Ya en las elecciones anteriores, las del año 2004, el uso de la red se planteó como una poderosísima arma electoral a todos los niveles: Howard Dean, pre-candidato del Partido Demócrata, protagonizó una campaña en la que el grueso de las acciones de comunicación y desarrollo de comunidad se desarrollaban a través de internet. La legión de seguidores de Dean, denominados deanites o deaniacs, catapultaron al pre-candidato al primer lugar en cuanto a recaudación de fondos, una variable fundamental en las campañas norteamericanas, por encima incluso de un John Kerry que finalmente se alzó con la candidatura en las filas de su partido. Los cincuenta millones de dólares obtenidos por Howard Dean, superados únicamente por un George W. Bush sin oponentes reales ni efecto de dilución alguno en las filas del Partido Republicano, provenían en su inmensa mayoría de pequeñas donaciones individuales recibidas a través de Internet.
La donación media estaba justo por debajo de los ochenta dólares, y sobre todo, tenía un coste ínfimo en relación con las actividades de obtención de fondos tradicionales en las campañas, tales como eventos, cenas, marketing telefónico o envíos postales. La imagen del bateador, un jugador sosteniendo un bate que iba avanzando hacia la vertical y cambiando de color a medida que recibía fondos, se convirtió en todo un icono popular en Internet, y estimuló a muchas personas a donar fondos mediante unos simples clics de su ratón. En uno de los momentos candentes de su campaña de obtención de fondos, Dean respondió a una cena organizada por el republicano Dick Cheney a razón de dos mil dólares el cubierto, con una convocatoria a sus seguidores para que cenasen esa misma noche delante de sus ordenadores un simple sandwich de pavo. Fue capaz con eso de conseguir tanto dinero como el candidato a vicepresidente republicano. Y lo mejor del caso, además, es que la idea ni siquiera había sido suya, sino de una persona que la sugirió a través de su página web.
La campaña de Howard Dean elevó a la categoría de mito el concepto de netroots, una palabra compuesta por Internet y grassroots ("raíces de hierba", se usa para referirse a los movimientos de amplio arraigo popular), y estuvo a punto de convertir a su protagonista en un candidato que, según muchos, habría tenido más posibilidades de vencer a George W. Bush que un John Kerry que se quedó a las puertas, o que incluso pudo haber ganado de no haber sido por irregularidades en el cómputo de los votos.
Elecciones del 2004 aparte, hay una cosa de la que no cabe ninguna duda: lo que en aquel año fue una excepción, un candidato recurriendo de manera intensa a la red para hacer campaña, cuatro años después se ha convertido en norma. De cara a las próximas elecciones presidenciales de noviembre de 2008, el despliegue en la red de los principales candidatos es sencillamente espectacular. Varias publicaciones en la red, como The Huffington Post, Yahoo! o Slate, han anunciado debates entre los candidatos. YouTube y CNN organizaron otro entre los candidatos demócratas el pasado julio, en el que las treinta y nueve preguntas fueron seleccionadas de entre los más de tres mil vídeos enviados por los usuarios. La página de Yahoo! Answers se ha convertido en una plataforma para que los candidatos disparen preguntas al público, que van desde el "¿Cómo deberíamos mejorar la Sanidad?" de Hillary Clinton al "¿Cómo podríamos interesar a más ciudadanos en el proceso democrático?" de Barack Obama.
Todos los candidatos tienen páginas abiertas en redes sociales como Facebook o MySpace en las que cuentan con miles de seguidores, suben fotografías a Flickr, producen noticias de campaña a través de feeds RSS al que los interesados pueden suscribirse, o proporcionan noticias cortas acerca de su actividad de campaña mediante herramientas de nanoblogging como Twitter. Los discursos son puestos a disposición de los visitantes en canales de YouTube, algunos mítines tienen lugar en el entorno virtual de Second Life y la plataforma de filtrado colaborativo Digg ofrece una plataforma para que los ciudadanos puedan seguir los intereses de sus candidatos (qué noticias suben y votan, que comentarios escriben...). Vídeos virales con más de cuatro millones de visualizaciones hechos por fans, polémicas en las que un candidato ríe mientras uno de sus seguidores se refiere a otra candidata de su mismo partido como the bitch... todo un enorme universo de visibilidad en la red y de interacción permanente con los ciudadanos.
Sin duda, gran parte de las elecciones norteamericanas se decidirá en una red capaz de llevar a muchos votantes, a través de mecanismos de intercambio mucho más fluidos y naturales, casi virales, a implicarse a niveles muy superiores en las campañas. Si algo va a traer la red a la política son niveles muy superiores de comunicación y de transparencia: un político puede, gracias a la red, transmitir una gama muchísimo más amplia de dimensiones de su persona que las que puede transmitir a través de los medios unidireccionales convencionales y la acartonada fotografía retocada con Photoshop en el cartel callejero.
Algunos candidatos, como el demócrata Barack Obama, habla ya de utilizar internet como forma de hacer transparente su gestión: poner toda la información pública a disposición de aquellos a quienes pertenece, los ciudadanos, o informar de manera permanente de todas sus reuniones con lobbies y grupos de poder. Sin duda, algo parece estar cambiando en la política. Las próximas elecciones norteamericanas serán enredadas. Seguramente hasta el punto de decidirse en la red.
martes, 13 de noviembre de 2007
Longueira: Horas clave para la nueva derecha
Pablo Longueira
12/11/2007
Ciper, Centro de información e investigación Periodística
Los éxitos o fracasos de un determinado sector político dependerán básicamente de tres factores.
Primero, de su capacidad de plantear una propuesta sobre las estructuras imperantes en la sociedad que deban ser cambiadas para responder a las necesidades de las personas, las grandes mayorías. Segundo, contar con los líderes y equipos capaces de encarnar esas propuestas con credibilidad y eficacia. Por último, consolidar una estrategia y una coalición de partidos que le den sustento a ese referente político. Ninguno de ellos es más importante que el otro: el objetivo debe ser alcanzar los tres.
A la luz de lo anterior, hagamos un breve análisis de nuestra historia política de las últimas décadas. La más elemental de las visiones podrá concluir que los sectores de izquierda y de centro (Democracia Cristiana y Radicales) tuvieron éxito obteniendo una creciente adhesión popular porque fueron capaces de construir simultáneamente los tres factores antes señalados. En cambio, la derecha siempre tuvo alguno de ellos, pero careció de la simultaneidad que no sólo es vital para el éxito sino también para ser alternativa de gobierno.
No es del caso que en esta breve columna profundice sobre las presidencias radicales, Frei y la Democracia Cristiana o Allende y la Unidad Popular. El lector concluirá rápidamente que en todos aquellos periodos se dieron simultáneamente los tres requisitos antes mencionados.
En cambio, en la derecha se fueron dando en el tiempo uno o dos de estos factores y creo que nunca los tres en forma simultánea, salvo en la elección del ’99, donde Joaquín Lavín, aunque no alcanzó la presidencia, llegó incluso a ser incomparablemente más votado que Jorge Alessandri, el último presidente de derecha.
En 1983, al comenzar la apertura política en el Gobierno Militar, Jaime Guzmán decide convocar a una generación a formar un partido político de derecha que -según él- no existía en el escenario político nacional, menos en ese instante en que el país vivía una profunda crisis económica. Un partido de inspiración cristiana y popular que defendiera resueltamente la economía social de mercado. A lo anterior, agregaba un nuevo estilo de hacer política.
Fue así como emerge una expresión política que defiende resueltamente un modelo basado en una economía abierta al mundo, competitiva adentro y afuera del país, sustentada en la iniciativa creadora de las personas como principal elemento para promover el desarrollo económico y social, y donde el Estado juega un rol subsidiario.
La definición como partido de inspiración cristiana implicaba -sin ser un partido confesional- defender y postular los valores y principios de la civilización cristiana a la cual Chile pertenece y un sentido trascendente de la vida del hombre.
Por último, la dimensión popular nos enraizaba con los sectores más pobres y desvalidos del país, para compartir y conocer mejor la realidad de la pobreza con quienes la sufren y, desde ahí impulsar a esas personas a trabajar por la solución de sus propios problemas.
Ese es el origen más genuino de la UDI. Confluimos motivados por dos servidores públicos ejemplares: Miguel Kast y Jaime Guzmán. Innumerables artículos de destacados analistas de la plaza, mas los rivales naturales del movimiento, le pronosticaron el peor de los destinos una vez concluido el Gobierno Militar. El tiempo demostró exactamente lo contrario cuando nos convertimos en el partido más grande del país, desplazando a la DC.
Al retornar a la democracia hubo -como era de esperar- una consolidación de dos grandes bloques políticos. No está demás señalar que no sólo contribuyeron a un ejemplar tránsito a la democracia, sino que también le han dado una gran estabilidad al país. De las diecisiete expresiones partidistas que había en la Concertación, hoy quedan cuatro; y en la Alianza dos: RN y la UDI.
La UDI y Renovación Nacional -que recogió la expresión de la derecha tradicional del país, mas aquellos que no se sintieron interpretados por el gremialismo- han logrado una Alianza en el tiempo que, a pesar de sus dificultades para funcionar, ha institucionalizado dos partidos políticos que tienen una adhesión electoral algo superior al 40%, muy por encima de lo que obtenía este sector previo al Gobierno Militar. Para ser más precisos: más del doble. Mas aún, en las dos últimas elecciones presidenciales, a pesar de no alcanzar la mayoría absoluta, la elección prácticamente la decidieron sectores ajenos a los dos grandes bloques y con una intervención electoral pocas veces vista en periodos democráticos.
Antes de concluir este análisis deseo destacar que, a pesar de que la Alianza no ha logrado el gobierno y para muchos esto es una señal de derrota, yo tengo una visión radicalmente diferente. En efecto, siempre será un objetivo obvio y natural para un conglomerado político buscar el poder y acceder al gobierno. Ello requiere ahora, a diferencia del pasado, el 50% de los votos.
Sin embargo, no creo que exista una generación de derecha más influyente en implementar y conservar las ideas de libertad como ésta. Tan claro es este punto, que no pocas veces han definido a los Presidentes de la República de la Concertación como gobernantes de derecha, al compararlos del punto de vista histórico. Y esto es porque han continuado y profundizado un modelo que no es propio de las izquierdas latinoamericanas.
Al final, lo más relevante en política es que triunfen nuestras ideas. Hoy nos apremia trabajar por la alternancia para el 2009 porque tenemos la convicción de que ellos están gobernando mal.
Es evidente para cualquier analista medianamente objetivo que la elección presidencial está abierta para cualquiera de los dos grandes bloques. Una nueva derecha con vocación de mayoría, debe romper radicalmente con las estructuras propias de la derecha histórica. Avanzar resueltamente al centro, representando esa nueva clase media emergente fruto de nuestras propias ideas. Esa clase media que se aproxima con cierto temor a la globalización y la modernización. Debemos defender resueltamente al emprendedor.
Por eso, la gran pregunta es hoy: ¿A quién queremos representar en la nueva sociedad chilena? Si queremos avanzar hacia ese mundo para ser algún día gobierno -ya que son ellos los que deciden hoy una elección presidencial- hay que terminar con ciertos temas tabú en nuestro sector. Abusos laborales, redistribución del ingreso, concentración económica, defensa del medio ambiente, políticas culturales, entre muchos otros temas que hoy son preocupaciones importantes de una clase media fuertemente aspiracional del país, como también de ese espíritu emprendedor de los chilenos crecientemente asfixiados por una cada vez mayor burocracia estatal y malas prácticas de grandes empresas.
Después del último congreso doctrinario de la DC tenemos como nunca la posibilidad de representar y conquistar espacios del mundo popular y del centro político chileno que se perdieron en la década de los ‘60 a manos precisamente de la DC, por carecer la derecha de entonces de una visión social que le permitiera entender los cambios de aquella época. Es de esperar que esta vez no desaprovechemos la oportunidad.
lunes, 12 de noviembre de 2007
Giddens: Diversidad y Confianza
Recent research by the sociologist Robert Putnam may provide tentative backing for David Goodhart's arguments on diversity
Anthony Giddens
Prospect
Noviembre 2007
Three years ago, the editor of Prospect, David Goodhart, published an article arguing that the increasing diversity, individualism and mobility found in present-day societies may pose a threat to the welfare state. Ethnic diversity produced by immigration adds to this mix. Goodhart stirred up a hornet's nest of criticism, even though he was by no means the first to raise the possibility, and indeed he raised it only as a possibility. The welfare state, he pointed out, is based upon sharing; yet sharing might be in conflict with diversity. People feel stronger obligations to others when these others are like themselves.
Goodhart argued that the reason the US has a minimal welfare state is its diversity, which is much more long-standing than in Europe. A large proportion of the people at the bottom in the US are ethnically different from the majority. In 2001, 70 per cent of the US population was made up of non-Hispanic whites, but they made up 46 per cent of those living in poverty. Americans think of the poor as members of a different group, whereas in Europe, until recently, they were thought of as part of the same overall community. Multiculturalism and the European welfare state are intrinsically at odds with one another. Goodhart’s thesis was rejected by many critics essentially on ideological grounds—it flouted political correctness by seeming to question multiculturalism.
Another major player has now come into the game, even if his main focus is not the welfare system: Robert Putnam, Harvard professor, best known for his work on social capital. He has recently published a study based upon a wide-ranging and detailed survey of ethnic diversity carried out in the US. Social capital can be understood as the informal networks of relatives, friends and associates that people depend upon for support in their everyday lives. Putnam found a direct relationship between the homogeneity of neighbourhoods, the level of trust and the existence of social capital. In neighbourhoods where most people are alike—such as predominantly white suburbs—people tend to trust one another more, and also be more involved in community activities, voluntary associations and so forth. In diverse areas, such as inner cities, trust and social capital diminish.
Most people wouldn’t be particularly surprised by such findings. Like, one could say, attracts like; people feel most comfortable with others who are similar to themselves. However, Putnam discovered something else quite unexpected. In the more diverse communities, there was not simply a retreat into the in-group. In such communities, people have lower levels of trust in those who are different from them, but also in those who are the same. In other words, diversity seems to lower trust and social capital in general. People in more heterogeneous areas have markedly lower levels of voting, do not trust their local authorities, are less involved in community groups and are less content with their lives than those in the more uniform ones.
Other factors might explain this finding. Diverse neighbourhoods might be poorer than more homogeneous ones. They might have higher rates of crime, delinquency or anti-social behaviour. Yet Putnam is able to show that such is not the case. Trust and social capital are diminished in diverse areas regardless of their overall level of affluence or incidence of crime, delinquency and other influences that could affect the results. Putnam concludes that it is diversity as such that reduces connections with, and confidence in, others.
This conclusion is itself distinctly uncomfortable for liberals. Perhaps multiculturalism just will not work? Putnam rejects such pessimism. The negative effects of diversity can be overcome by a mixture of positive social change and enlightened public policy. He provides a number of encouraging examples. For instance, a generation ago the US army was divided along racial lines, but today it has become a "colour-blind institution." American soldiers today on average have many more inter-racial friendships than Americans as a whole.
The aim of social policy up to now has nearly always been to reduce the segregation between ethnic groups, concentrating mainly upon minorities. Putnam’s research, however, strongly implies that getting all groups to identify with the community is most important. Building up community identity means trying to foster an overall sense of pride and involvement with an institution or neighbourhood. Pride in the military and identification with its goals was almost certainly a prime factor underlying the observed changes in the army.
How far do Putnam’s findings, if they are valid, apply elsewhere, in Europe for example? We do not know for certain, since the detailed materials Putnam was able to work from for the US don’t exist even for individual European societies, let alone on a more general level. There are some differences between Goodhart’s arguments and those of Putnam. Goodhart was talking about the welfare state on a national level, and was more tentative in his conclusions; Putnam focuses more firmly upon local communities. Yet Putnam’s work does provide some backing for Goodhart’s view.
I have to say that at the moment I am not wholly convinced by Putnam’s arguments. He says diversity weakens social capital within a community, but what actually is a community in today’s society? In an era of electronic networking, it cannot necessarily be identified with a physical neighbourhood. Moreover, he does not really explain how it is that diversity undermines the social capital of all groups living in a certain area. Goodhart’s thesis, at the moment at least, is a tentative one, as he himself stresses. Sweden, for instance, is a country that has experienced a good deal of recent immigration—about 14 per cent of its population is foreign-born—but it has sustained its generous and effective welfare system, albeit with many stresses and strains.
What I am persuaded of is that political correctness should not be allowed to stand in the way of further research. If diversity does compromise solidarity, it is a fact that should be brought out in the open, not dismissed for ideological reasons. It might make multicultural ideals more difficult to realise but, as Putnam shows, it is not a reason to abandon them.
jueves, 8 de noviembre de 2007
lunes, 5 de noviembre de 2007
El cambio está en camino
El primero de noviembre debieron ser las elecciones en UK... si es que Gordon Brown no se hubiera retractado por miedo a una derrota. Ese día, David Cameron aprovechó de recordarselo y transmitir un simple mensaje: aun cuando los laboristas sigan en el poder con un PM no elegido por los ciudadanos, el cambio está en camino.
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